Tal vez los caminos pueden llegar a intuirse por el arco de entrada a ellos, por el empedrado con que está hecho el primer pequeño tramo, por los cardos y las flores, por el esplendor o el abandono del espacio donde uno habrá de poner los pasos fundacionales. Es posible, incluso, que a partir de esa visión restringida o intuición pueda determinarse el modo de trasegar o pueda vislumbrarse el ambiente que el camino prepara para nuestro viaje. Eso intentamos creer a pesar de saber que la visión o la intuición pueden también sustentarse en un espejismo. Pero, sin duda, en la aventura siempre hay alegría aunque también un poco de miedo.
Hay que considerar, además, que la entrada a un camino no siempre se hace por su primer tramo (si es que los caminos tienen primer y último tramo, o comienzo y final, cosa que se me hace improbable). Se puede ingresar en él en cualquier bifurcación, en cualquier cruce múltiple o en cualquier lugar, preparada o desprevenidamente. Podemos también vernos en ellos sin saber cómo llegamos allí, sin siquiera haber asomado antes, sin haber soñado un día con posar en su suelo nuestra planta.
Por eso el destino de los pasos y el destino de los caminos tienen muchos misterios. En algún recodo puede esperar un árbol, una esfinge o un oráculo, o simplemente puede no haber nada, solo un fluir armonioso hacia la desembocadura (que igual puede estar adelante o atrás, según uno quiera), esa desembocadura que signifique un renacer en medio de otro camino, real o secundario, de una gran ciudad, de un pueblo, de la nada, del infierno. O del paraíso, incluso.
Se me ocurre ahora que la entrada a los libros es igual. Pienso, para mencionar solo un ejemplo, en el autor que habla a cada lector, individualmente, en el comienzo de Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino. Del lector, aquí, se adivina o se sabe su tragedia en un mundo devorado por la fiebre de lo audiovisual. ¿Cómo asomarse al camino con el murmullo incesante de la televisión? Al respecto hay una propuesta clara por parte de Calvino: “Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto”. Hermosa forma de invitación a la aventura y además con la conciencia de que en ella deben ponerse todos los sentidos.
Sí, la entrada a los libros es igual a la entrada a los caminos. Habrá unos figurativos y otros abstractos, y toda la gama que pueda imaginarse: buscados, enloquecidos, propositivos, innovadores, absurdos, ininteligibles, amados, odiados, anhelados, perdidos, vanos, intransitados, inconfundibles, maltrechos, zigzagueantes, laberínticos, interminables, abandonados, pantanosos, esperanzadores, risueños, sombríos, cálidos, aromados, brillantes, empalagosos, arrogantes, indecisos, temerosos, inútiles... Caminos como libros. O libros como caminos. Como hombres.
¿Qué más podría pedir un lector o un caminante impenitente?
(Posdata: Fragmento tomado del libro Hacer camino en La Mancha: memorias breves y estampas cotidianas. Juan Carlos Pino Correa. Biblioteca de Autores Manchegos. 2018. Págs. 113-114).
Por: Juan Carlos Pino Correa
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