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El Patrimonio como espejo de conocimiento e inteligencia colectiva; una reflexió...

El Patrimonio como espejo de conocimiento e inteligencia colectiva; una reflexión profunda y colectiva

30 octubre, 2025
El pasado viernes 17 de octubre de 2025, el centro histórico de Popayán, una de las joyas virreinales más importantes del país, volvió a ser noticia. Pero esta vez no por su arquitectura ni por sus tradiciones, sino por hechos que no debieron ocurrir y tal vez, con diálogo, pudieron evitarse. En horas de la tarde, un grupo de jóvenes intervino con grafitis las paredes del templo de Santo Domingo, en pleno corazón del sector histórico. Las pintas, alusivas al conflicto entre Israel y Palestina, fueron presentadas como un gesto de solidaridad internacional. Sin embargo, el hecho revela un fenómeno más profundo y preocupante: la instrumentalización política del patrimonio cultural.

El templo y claustro de Santo Domingo no es una construcción sin más. Se trata de un Bien de Interés Cultural del ámbito nacional (BIC), protegido por la Ley General de Cultura (Ley 397 de 1997) y por el Decreto 763 de 2009, que regula la conservación e intervención de los bienes que forman parte del patrimonio arquitectónico del país. Representa un testimonio material de la historia urbana y constructiva de Popayán, fruto de técnicas tradicionales y restauraciones realizadas tras el terremoto de 1983. Cada elemento, desde su portalón tallado en piedra hasta sus sistemas constructivos tradicionales, constituye un documento físico que da cuenta del saber acumulado a lo largo de los siglos.

Estas edificaciones son testimonios materiales de la historia constructiva del país, que condensan siglos de memoria, devoción y técnica artesanal. Tras el terremoto de 1983, Santo Domingo fue restaurado piedra por piedra. Cada elemento de su portalón barroco fue cuidadosamente reintegrado por equipos de arquitectos, ingenieros y canteros locales. Ese esfuerzo no solo devolvió la forma al templo, sino que reafirmó su valor simbólico como expresión de resiliencia cultural: la voluntad de una comunidad que, al reconstruir sus muros, también reconstruye su historia.

Imagen ilustración Fachada de Santo domingo
Ilustración: Carlos Alberto Gómez Fernández
Imagen Fachada Claustro de Santo Domingo
Fotografía: Centro de Gestión de las Comunicaciones

Por eso, cubrirlos con pintura no constituye un acto de expresión artística, sino una alteración del soporte material que guarda la memoria colectiva. Estas superficies, levantadas con técnicas y materiales sensibles, no están destinadas a recibir intervenciones de ese tipo. La pintura moderna no dialoga con la materia antigua: la invade, afecta su integridad y distorsiona su lectura histórica. Lo que se presenta como una manifestación simbólica termina negando los valores históricos, constructivos y culturales que el patrimonio representa. 

Pero el daño no es solo físico. El patrimonio arquitectónico nunca ha sido neutro: concentra significados, emociones y tensiones. Sin embargo, cuando se convierte en escenario para expresar ideologías ajenas a su contexto, pasa a ser instrumentalizado. El mensaje en apoyo a Palestina, por más legítimo que sea en términos humanitarios, no guarda relación con la historia ni con el significado de Santo Domingo. Este templo no representa una ideología ni una posición frente a conflictos internacionales; representa la historia cultural de Popayán, el trabajo de generaciones y la memoria de un territorio. Al hacerlo, se distorsiona la historia que el lugar representa, reemplazada por una expresión momentánea sin relación con su sentido original.

Este tipo de actos se relaciona con lo que algunos teóricos denominan patrimonio disonante: bienes culturales que generan conflicto por sus significados en controversia. Pero en este caso, la disonancia no proviene del monumento, sino de la proyección ideológica que se impone sobre él. Lo que se expresa no es un diálogo con la historia, sino una apropiación simbólica que convierte el patrimonio y el espacio público en escenarios de confrontación. Los muros cubiertos de consignas y pintura, y los ciudadanos agredidos por intentar proteger el templo, son la muestra de esa tensión entre memoria y política.

El énfasis contemporáneo en los valores inmateriales del patrimonio ha enriquecido su comprensión cultural; sin embargo, la materia sigue siendo el fundamento que hace posible su permanencia y transmisión. La conservación no es un acto de nostalgia, sino una forma de garantizar la continuidad del conocimiento. Un muro antiguo no es solo un límite físico, sino un documento que contiene saberes técnicos, proporciones, pigmentos, trazas del oficio y del tiempo. Dañarlo equivale a arrancar una página irrepetible de la historia.

La materia preserva la huella del pasado, y protegerla es una forma de mantener viva la posibilidad de comprendernos. Por eso, los daños a los bienes históricos no son solo de tipo estético, son pérdidas cognitivas, científicas y culturales.

Fotografía: Centro de Gestión de las Comunicaciones
Imagen interior Claustro de Santo Domingo
Fotografía: Centro de Gestión de las Comunicaciones

La indignación que generan estos actos es comprensible, y no debe confundirse con censura. No se trata de arte ni de expresión crítica, sino de la instrumentalización de jóvenes que, bajo consignas globales, terminan atentando contra su propio patrimonio. El desafío no está en justificar la rabia, sino en comprender cómo la desinformación y la manipulación ideológica convierten el espacio público en escenario de confrontación.

Los centros históricos son documentos vivos que condensan la historia y la identidad de las comunidades. Convertirlos en superficies de protesta descontextualizada no genera conciencia, la borra. Si los jóvenes no se reconocen en su entorno, es porque el vínculo entre la educación, la memoria y el espacio urbano se ha debilitado.

Popayán enfrenta entonces una tarea doble: sancionar el daño material y reconstruir la conciencia ciudadana. La ciudad que supo levantarse del terremoto puede hacerlo de nuevo, pero esta vez desde la inteligencia y la responsabilidad colectiva.

Los muros de Santo Domingo volvieron a limpiarse, pero la verdadera restauración será la de la conciencia. El patrimonio no es un obstáculo para el cambio ni un símbolo de poder: es un espejo donde podemos mirar nuestra historia con sus luces y sombras, y aprender de ella; defenderlo no es solo un acto conservador, sino un ejercicio de responsabilidad cultural.

Solo comprendiendo el pasado podremos construir un futuro capaz de dialogar con él, sin negarlo ni destruirlo.

Redacción: María Isabel Turbay Varona

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