Cuando se habla de inundaciones y avenidas torrenciales, la primera imagen que aparece suele estar marcada por la destrucción: calles cubiertas de agua y lodo, viviendas arrasadas, familias que lo pierden todo en cuestión de segundos. Sin embargo, más allá de la fuerza visible del fenómeno, estas expresiones del agua nos invitan a pensar en su complejidad. No son únicamente procesos hidrológicos o geomorfológicos, también son el reflejo de una historia compartida entre el territorio, el clima, el ambiente y las comunidades que lo habitan.
La memoria colectiva está atravesada por grandes eventos que han dejado huella y que recordamos con nombres y fechas que marcan generaciones: Bilbao, España, en 1983; Armero, Colombia, en 1985; Páez, Colombia, en 1994 y 2007-2008; Vargas, Venezuela, en 1999; Mocoa, Colombia, en 2017; Copiapó, Chile, en 2015; Rio Grande do Sul, Brasil, en 2024; Valencia, España, en 2024; o Texas, Estados Unidos, en 2025. Cada uno de estos sucesos muestra que la amenaza no distingue fronteras ni niveles de desarrollo, y que se trata de un problema global que interpela a todas las sociedades.
En este contexto nace, durante el segundo semestre el 2025, la electiva Evaluación de la Amenaza por Inundación – Avenida Torrencial, impartida dentro de la Maestría en Ingeniería Hidráulica e Hidrológica. Puede decirse que se coloca el primer ladrillo en un proceso académico que busca trascender lo meramente técnico y formar profesionales con sensibilidad social y visión integral del riesgo. El compromiso es proyectar esta asignatura también hacia el pregrado, con la intención de ser pioneros en la educación superior en el suroccidente colombiano, donde la relación entre comunidades y agua es tan estrecha como desafiante.
Este esfuerzo no es aislado. Se enmarca en el trabajo del grupo de investigación en Hidráulica e Hidrología, que ha consolidado una trayectoria de análisis y propuestas para la gestión del recurso hídrico y de los riesgos asociados. A ello se suma la labor del semillero HidroInnovación, que desde su creación ha tendido puentes entre la academia y las comunidades vulnerables, acercándose a sus realidades, escuchando sus necesidades y generando proyectos que integran ciencia, innovación y compromiso social. En estas interacciones se tejen lazos que van más allá del aula, porque el conocimiento cobra verdadero sentido cuando contribuye a transformar la vida de quienes más lo necesitan.
Ahora bien, reflexionar sobre la amenaza por inundación y avenida torrencial no se limita a describir cifras, caudales o periodos de retorno. Es necesario reconocer el papel que juegan tanto las medidas estructurales de mitigación, como grandes presas, diques, canalizaciones, barreras dinámicas y obras de contención, que buscan reducir directamente la exposición física al riesgo. Sin embargo, la experiencia internacional ha demostrado que ninguna de estas soluciones es suficiente por sí sola. Por ello, adquieren igual relevancia las medidas no estructurales, como planes de evacuación, sistemas de alerta temprana, ordenamiento territorial, estudios y diseños de amenaza, vulnerabilidad y riesgo, así como la educación comunitaria en gestión del riesgo. Solo la integración de ambas dimensiones permite una verdadera construcción de resiliencia.
Un aspecto clave en este debate es la incertidumbre. Todo cálculo hidrológico, hidráulico o de modelación conlleva un margen de error inevitable, derivado de la calidad de los datos, los supuestos de los modelos y la variabilidad climática. Pretender eliminarla es un error técnico y ético. Más sensato resulta aceptar que la incertidumbre siempre estará presente, y que por lo tanto la planificación debe reconocer la posibilidad de escenarios extremos. Esto implica asumir que cualquier estructura, por grande o sofisticada que sea, puede ser sobrepasada por el flujo, y que en tales casos las comunidades quedarán expuestas. Preparar a la población para convivir con esa vulnerabilidad y responder eficazmente se convierte, entonces, en un eje fundamental de la gestión del riesgo.
Reflexionar sobre la amenaza por inundación y avenida torrencial es, en últimas, reconocer que detrás de cada evento hay rostros, memorias y territorios que cambian para siempre. Es aceptar que la educación superior tiene la responsabilidad de preparar profesionales capaces de leer estas realidades en toda su complejidad, y que al mismo tiempo se comprometan con la construcción de resiliencia, la gestión del riesgo y la adaptación al cambio climático.
Queda abierta entonces la reflexión porque no se trata de preguntarnos cómo impedir que estos sucesos vuelvan a ocurrir: ¡sabemos que el agua siempre volverá a reclamar sus espacios! La verdadera pregunta es cómo estar preparados, entendiendo que los costos serán inevitables, pero que la resiliencia colectiva permitirá enfrentarlos con mayor fortaleza y con una visión transformadora para nuestras comunidades y territorios.
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