 
															El programa de Medicina de la Universidad del Cauca, creado mediante el Acuerdo 203 de mayo de 1950, cumple 75 años formando profesionales al servicio de la vida. La historia de este programa; uno de los programas más emblemáticos de nuestra institución, se remonta a la primera Facultad de Medicina fundada en 1835, un hito nacional que, a pesar de cierres forzados por la turbulencia social de 1890, resurgió renovada -para quedarse- en 1950. Desde entonces, su misión ha sido clara. Tras graduar a sus primeros siete médicos en 1956, el programa consolidó una trayectoria que ha trascendido generaciones, tejiendo la ciencia con el servicio humano.
Y como no se trata de un asunto menor, en el marco de este aniversario, la Facultad de Ciencias de la Salud acoge una exposición fotográfica elaborada por el profesor Jaime Antonio Álvarez Soler, docente titular del Departamento de Patología, egresado del mismo programa y referente del pensamiento crítico en la educación médica. Nacido en Bogotá, pero profundamente vinculado a la Universidad del Cauca, el profesor Álvarez se ha formado como médico, patólogo, magíster en Salud Ocupacional, doctor en Ciencias de la Educación y actualmente adelanta un postdoctorado en Bioética. Su relación con la medicina y la docencia responde, como él mismo expresa, “A una vocación de servicio, porque el profesor finalmente es un servidor, alguien que ayuda y transforma”.
 
											 
											Como producto de su tesis doctoral, el profesor Jaime se propuso reconstruir la memoria del programa de Medicina, ausente hasta entonces en los registros históricos de la institución. Fue en el Archivo Histórico José María Arboleda Llorente, donde halló imágenes que luego amplió con filminas y documentos que hoy conforman esta exposición. Las fotografías expuestas son cápsulas del tiempo: muestran a los primeros estudiantes practicando con modelos anatómicos, revelan la arquitectura recuperada -y reconstruida- tras el terremoto, demostrando que la ciencia y la vocación son más fuertes que cualquier adversidad, y documentan la introducción de las primeras tecnologías médicas. El profesor relata con vívida precisión que “Una de las primeras herramientas o tecnologías que traen a la Universidad del Cauca fue un oftalmoscopio que está en una de las fotografías, donde se observa que los estudiantes ensayan con el profesor y luego viene la primera máquina de anestesia, más o menos en 1956, que era con gas, entonces se anestesiaba el uno al otro ensayando con la máquina”. Estas imágenes traen a la memoria las prácticas de los primeros años, donde el aprendizaje se forjaba en la experiencia mutua, recordando cómo “Nos inyectábamos unos a otros, auscultábamos, medíamos la presión, era un aprendizaje basado en el ensayo y error”, rememora con una sonrisa afectuosa.
Pero el legado del profesor Álvarez va más allá de nuestros claustros. Su ejercicio forense en Medicina Legal le ha permitido humanizar la mirada hacia la muerte, trabajando incluso con comunidades indígenas del Cauca en la comprensión cultural de este rito y en la fundamental búsqueda de personas desaparecidas en el conflicto armado. Esta visión integral se refleja en su pedagogía, donde la inclusión es un pilar ético: “El maestro puede hacer mucho bien o mucho mal. Por eso la educación debe ser un espacio de inclusión y de encuentro con la diferencia”, afirma. Su experiencia le ha enseñado la empatía necesaria para apoyar a estudiantes que provienen de territorios rurales o comunidades étnicas, concluyendo con la máxima que guía su docencia: “He aprendido que hay que apoyar más, castigar menos, escuchar más. Educar no es imponer, es acompañar”. Esa reflexión pedagógica, inspirada en autores como Estanislao Zuleta, Pierre Bourdieu y Hannah Arendt, atraviesa toda su práctica docente y su visión de la Universidad como un campo de combate donde se libra la lucha por la humanización del conocimiento.
 
											 
											Además, desde su experiencia en patología, desarrolla un proceso de plastinación, una técnica de conservación anatómica, con muestras de órganos afectados por enfermedades poco comunes. Su propósito es dejar esta colección como una herramienta pedagógica para las futuras generaciones de nuestra casa de estudios, “Educar con el cuerpo, con lo tangible, ayuda a comprender mejor la enfermedad y la vida. Es mi manera de dejar huella”, afirma. En sus palabras finales, el profesor Álvarez invita a la comunidad médica a mantener viva la memoria del programa: “La medicina en el Cauca ha dejado un legado importante, pero ese legado se pierde si no dejamos huella. Las instituciones nos trascienden; los seres humanos pasamos, pero la Universidad permanece”.
Así que nada mejor que celebrar un nuevo aniversario, exaltando a este médico que entiende que la ciencia debe dialogar con la cultura; un médico que en su rol docente, resuena una sabiduría profunda. Esta exposición no es solo un recuento histórico; es un homenaje a los 75 años en los que la Universidad del Cauca ha puesto la vida y la empatía en el centro de la medicina. Hoy felicitamos a cada estudiante, docente, investigador, administrativo y egresado de nuestro programa de Medicina, por su aporte invaluable a la salud y la ciencia del país. Ustedes, como pasa con el profesor Jaime Antonio Álvarez Soler, encarnan el espíritu de servicio, excelencia y humanismo que caracteriza a esta Alma Mater bicentenaria.
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